Las emociones condicionan nuestras experiencias, definen nuestras acciones y afectan también nuestra fisiología. Los estados emocionales están relacionados con la secreción de hormonas, con los cambios metabólicos y cardiovasculares.

La palabra emoción, “motere”, proviene del verbo latino mover; implica impulso para actuar y afecta el plano mental y corporal de las personas. Si cuando se siente una emoción no se actúa y por el contrario se reprime, probablemente esto traerá aparejada una enfermedad física y/o mental.

¿Todas las emociones son aceptadas por igual?

Por lo general, en el imaginario colectivo, el sentir enojo o estar triste está considerado como algo malo, inaceptable. Debido a ello, los adultos responsables de los niños: padres, madres, familiares, docentes, muchas veces se refieren a estas emociones como malas e indeseables.

¿Cuántas veces hemos escuchado a un adulto decirle a un niño: ¡no llores, parecés una nenita!, o ¡no llores que quedás feo/a!?

Considero que es fundamental trabajar la inteligencia emocional desde muy temprana edad. Es imprescindible que los niños, desde muy pequeños reconozcan sus emociones, las acepten, las pongan en palabras y las gestionen. Evidentemente para lograr que esto suceda se necesitan adultos disponibles, presentes en cuerpo y alma, que los acompañen en este proceso. Debemos promover la empatía y la autorregulación, siendo buenos modelos a imitar. Si los niños ven a diario un adulto irritable, malhumorado, desmotivado, que en lugar de elegir cómo actuar funciona a pura reacción, probablemente nos será difícil lograrlo.

Como docente de Jardín Maternal y Educación Inicial he podido comprobar que es posible educar las emociones, y que si trabajamos en ello cotidianamente, los resultados son increíbles. En mi experiencia de aula con niños de Nivel 3 años he integrado transversalmente la gestión de emociones a la currícula y he observado que al manejarlas de forma natural y sistemática, los niños lo integran fácilmente a su vida cotidiana.

Es importante tener claro y transmitirle al niño que las emociones no son ni buenas, ni malas, que vienen para algo y que hay que tenerlas en cuenta. A modo de ejemplo: si un niño siente enojo, es muy importante ayudarlo a que ponga en palabras lo que le sucede para poder aliviarse y que descargue ese enojo de forma adecuada. Evidentemente enojarse no está mal, pero sí es incorrecto pegarle a un compañero o romper algo debido a ese enojo.

Educar las emociones favorece la autoconfianza, mejora el rendimiento académico, promueve el protagonismo y los buenos vínculos. Ayuda a que los niños sean más felices y responsables y que logren sus objetivos.

Entonces: ¿Cómo ayudamos a un niño tan pequeño a gestionar sus emociones? Si este tema ha sido de tu interés y querés responder a ésta y a otras preguntas, te invito a que leas mi próximo artículo.

¡Hasta pronto!

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